En los últimos años, tanto en la práctica clínica como en el ámbito educativo, se ha observado un creciente interés por comprender cómo las personas construyen una identidad coherente y saludable. La llamada identidad integrada se refiere a una percepción estable y positiva de uno mismo, que permite reconocer y aceptar los distintos aspectos del yo —emocionales, cognitivos, sociales y culturales— como parte de una misma historia personal. Esta integración ayuda a mantener un sentido de continuidad, propósito y bienestar.
Se puede producir en casos de experiencias traumáticas crónicas durante la infancia, la integración normal de los sistemas de acción dedicados a la vida diaria en ocasiones puede verse interferida, impidiendo el desarrollo de una personalidad unificada.
Bases neuropsicológicas de la identidad integrada
Diversos estudios en neuropsicología, como los de Antonio Damasio y Joseph LeDoux, muestran que la comunicación entre la corteza prefrontal y el sistema límbico es clave para regular las emociones y la autopercepción. La corteza prefrontal participa en la planificación, el control emocional y la toma de decisiones, mientras que el sistema límbico gestiona las emociones básicas y la memoria. Cuando ambas áreas funcionan de manera coordinada, la persona logra una sensación de coherencia interna y estabilidad emocional.
Identidad integrada y bienestar psicológico
La psicóloga Carol Ryff propone que el bienestar psicológico se compone de seis dimensiones fundamentales: autoaceptación, relaciones positivas, autonomía, dominio del entorno, propósito vital y crecimiento personal. Estas dimensiones están estrechamente vinculadas con una identidad integrada, ya que fomentan la autenticidad, la resiliencia y la capacidad de adaptación. En la práctica clínica, fortalecer la identidad ayuda a las personas a tomar decisiones coherentes con sus valores y a mantener relaciones más sanas y satisfactorias.
Desarrollo de la identidad en la infancia y la adolescencia
Desde la infancia, los niños comienzan a construir su identidad a través de sus narraciones personales y de cómo interpretan las experiencias de su entorno. Por ejemplo, cuando un niño relata lo que le gusta o cómo se ve a sí mismo, ya está elaborando una primera forma de identidad. Durante la adolescencia, esta narrativa se vuelve más compleja, integrando valores, creencias y metas personales. Intervenciones como la técnica del ‘Detective del pensamiento’, utilizada en terapia cognitivo-conductual, pueden ayudar a los jóvenes a cuestionar ideas negativas y desarrollar una visión más positiva y coherente de sí mismos.
Implicaciones clínicas y educativas
En el ámbito clínico, promover una identidad integrada puede reducir síntomas de ansiedad y depresión, fortalecer la autoestima y mejorar la autoconfianza. En contextos educativos, fomentar espacios de reflexión sobre la identidad personal contribuye al desarrollo emocional y al sentido de propósito en los estudiantes. Actividades como la escritura reflexiva o el diálogo sobre experiencias personales son herramientas efectivas para este fin.

Ester Mir
Psicóloga integrativa con especialidad forense.
Referencias:
Damasio, A. (2018). El error de Descartes. Barcelona: Crítica.
Erikson, E. H. (1968). Identity: Youth and crisis. New York: Norton.
LeDoux, J. (1998). The emotional brain: The mysterious underpinnings of emotional life. New York: Simon & Schuster.
Ryff, C. D. (1989). Happiness is everything, or is it? Journal of Personality and Social Psychology, 57(6), 1069–1081.
Seligman, M. E. P. (2011). Flourish: A visionary new understanding of happiness and well-being. New York: Free Press.







