En el primer mundo la esperanza de vida no para de aumentar fruto de las políticas de salud pública, los avances médicos, el aumento de la educación y el incremento en la calidad de vida de la población, entre otros factores. Cabe aclarar que esperanza de vida es vivir muchos años, pero no necesariamente significa vivir muchos años bien.
Casi el 50% de la población española llega a los 50 años con una enfermedad crónica (Encuesta Europea de Salud en España 2020. INE MSCBS). Esto nos convierte en una sociedad polimedicada dependiente de una industria farmacéutica que se frota las manos. Los problemas metabólicos, las enfermedades autoinmunes, los desórdenes digestivos, la ansiedad y depresión así como el dolor y la fatiga encabezan el ránking.
¿Dónde nos equivocamos? Quizás encontremos la solución en nuestros ancestros. Entender cómo nos hemos construido como especie. Cómo nuestra biología se ha ido diseñando y perfeccionando los engranajes de la maquinaria que ha permitido que el hombre haya sobrevivido hasta el día de hoy.
El ser humano ha evolucionado durante millones de años en un entorno natural, rodeado de naturaleza y expuesto a la luz solar. Sus biorritmos se han guiado por el día y la noche sin otra luz que la del sol o la del fuego. Comiendo cuando podía y recorriendo grandes distancias para poder hacerlo. Con apenas unas pieles por encima y haciendo que su cuerpo fuera resistente al frío y al calor. Su dieta se basaba en vegetales y raíces y ocasionalmente insectos, larvas, pescado, moluscos o carroña. Su sistema de control del estrés funcionaba a la perfección activando su cerebro y sus músculos para poder huir de las bestias y otros peligros y volviendo a la calma en los momentos de tribu y descanso.
Durante milenios, esta máquina casi perfecta que es nuestro organismo, ha desarrollado estrategias y mecanismos complejos, estrechamente relacionados entre sí, para mantener la homeostasis, proteger la vida y garantizar nuestra supervivencia en un entorno natural. Consideremos que 200 o 300 años de industrialización y progreso son una insignificancia ante millones de años de evolución en lo que se ha ido moldeando nuestra especie.
En la actualidad pocas son las personas que mantienen una vida coherente con nuestra biología. Vivimos bajo una creencia colectiva en la sentimos que no tenemos tiempo para nada más que no sea producir. Una creencia alimentada por el bombardeo de publicidad y las necesidades creadas, entre otras, por las industrias alimentaria y farmacéutica. Una comida preparada y una pastilla a tiempo te permiten seguir con tu ritmo frenético. En este contexto ser capaces de parar, escucharnos y ser responsables de nuestra salud no es tarea fácil.
La falta de descanso digestivo, las dietas repletas de procesados y refinados y la utilización de la comida como tapadera emocional, hacen sufrir a nuestra microbiota y tubo digestivo. La falta de exposición al sol nos debilita a nivel óseo, hormonal y cerebral. La falta de contacto con la naturaleza debilita nuestro sistema inmune. La sobre exposición a pantallas desordena nuestro ritmo circadiano y hace que los problemas con el sueño y el descanso estén normalizados. La exposición a tóxicos de manera continua altera gravemente nuestro sistema inmune y nuestro sistema endocrino. La ansiedad, la depresión y el estrés destacan en un primer mundo en el que se vive encerrado entre cuatro paredes. Deshumanizarnos nos enferma.
Los grandes sabios de la antigüedad y los profesionales de las terapias naturales venimos defendiendo desde hace siglos como base del bienestar la necesidad de perder el miedo a sentir y de reencontrarnos con nuestra naturaleza. La necesidad de desaprender y recordar lo que somos. La necesidad de descalzarse para sentir la tierra bajo tus pies y equilibrar tu energía, exponer el cuerpo al sol durante todo el año (de manera coherente), volver a caminar entre árboles y sentir la lluvia, volver a comer alimentos naturales y de temporada y alternar con ventanas de ayuno, desterrar los tóxicos como plásticos, insecticidas, pesticidas, aditivos…regular nuestros biorritmos y descanso utilizando la luz del sol, dedicar momentos al recogimiento, la meditación y a la espiritualidad y disfrutar de las relaciones y del propio ocio.
Es necesario reencontrar nuestra esencia, es necesario (y urgente) rehumanizarnos.